domingo, 28 de enero de 2024

FRANCAMENTE, QUERIDAS, AHORA YA ME IMPORTA UN BLEDO

Francamente, querida, me importa un bledo. Esta frase antológica es enormemente sanadora para uno mismo. "Lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible". Y se la dirijo a cierto tipo de madres, porque casi siempre llevan la voz cantante en relación a los hijos, y sólo la complicidad pasiva de sus parejas hace que se comporten como fieras en defensa de sus cachorros, como si los educadores fuéramos los enemigos a someter a sus caprichos. Me explico:

He trabajado cuatro décadas como educador, de las cuales treinta años de maestro infantil. La semana pasada se me reprochó que soy brusco con los niños y se me propone dejar la tutoría para pasar a labores de apoyo. Pues encantado, oye, "Lo que lo que usted mande, señorito, que una está aquí para servir" (dicho con voz de Gracita Morales). Se acabó la responsabilidad de liderar un aula de dieciocho peques que llegaron con muy pocos límites ni autonomía, con un lenguaje balbuceante y apenas curiosidad ni iniciativa. En sólo medio curso son niños mucho más libres porque al ocuparse de sí mismos y de sus cosas no dependen de sus papás helicópteros ni de algunas maestras indolentes o impacientes. En cinco meses han aprendido más vocabulario y gramática que en toda su corta vida porque ya conocen los treinta árboles de su barrio, la anatomía y fisiología del cuerpo humano más que muchos niños de Primaria, así como los planetas y constelaciones bastante mejor que sus padres. Son capaces de resolver los conflictos dialogando o pidiendo ayuda a un adulto y sus progresos en lectoescritura les permite ir entendiendo los carteles de la calle y escribir breves mensajes significativos para ellos de los que se sienten orgullosos porque ya pueden comunicarse como sus mayores. Amar la lectura les hará la vida más plena, sin duda.

Todo eso ha pasado en cinco meses en un aula vida abierta a cuanto les sucede porque eso importa mucho más que el currículo o rellenar el cuadernillo de matemáticas. 30 canciones, 20 cuentos, muchas adivinanzas y hasta trucos para combatir las pesadillas… al parecer nada eso tiene valor frente al tremendo suceso de que una niña se cayó en la alfombra de goma o que les doy voces para que la asamblea no sería un gallinero. No importa que disfruten de rincones de juego diseñados para su aprendizaje intelectual y social, que dibujen creativamente con música clásica de fondo, que generen sus propios cuentos de forma cooperativa. No se tiene en cuenta que el fin de semana les dé rabia no poder ir a su escuela como espacio de encuentro, aprendizaje y juego. Ni siquiera se valora la labor de tutoría para orientar a las familias: supongo que creen que todo eso está pagado con un salario, sin analizar la diferencia entre "cubrir el expediente" curricular con muchas fichas coloreadas frente a implicarse con vocación de servicio a la comunidad.

Tampoco se valora el cariño mutuo que se respira en clase… o quizá eso es lo que ha desencadenado esta "caza del brujo". Intuyo que es posible que unas madres agobiadas por su trabajo, con ansiedad y estrés y con profundo sentimiento de culpabilidad por no atender suficientemente bien a sus hijos hayan proyectado sus frustraciones contra un maestro que disfruta a diario escuchando a cada niño, acogiendo su tristeza, nerviosismo o alegría, animándole a expresar qué les pasa por dentro o su curiosidad por lo que sucede a su alrededor. También puedo equivocarme, claro, pero la realidad es que toda esa tarea ya quedó atrás. Yo siento la satisfacción del deber cumplido y la estupefacción ante familias que atacan a quien quiere sacar lo mejor de sus hijos y pulir lo que les dificulta progresar como ciudadanos.

"Francamente, queridas, ahora me importa un bledo": vuestros hijos consentidos y sobreprotegidos van a seguir años y décadas en vuestra casa (que no "hogar") aturdidos por el ruido de las pantallas e indefensos ante internet porque no han desarrollado su propio criterio. No es una maldición sino la evidencia de lo que ya ha pasado con la generación de los NiNis que no podía soportar la frustración. Vais a flipar con vuestros eternos adolescentes insaciables egocéntricos. Afortunadamente, yo no lo sufriré pero sí el resto de la sociedad. Quiero que conste que os lo avisé y que por eso me cortáis la cabeza.

"Y ahora las buenas gentes
tienen tranquilo el sueño
porque han librado a sus hijos
del peligro de un maestro"

Sentido común

sábado, 20 de enero de 2024

A LOS PAPÁS-HELICÓPTERO

Empecé redactando una filípica contra el "helicopterismo" pero he decidido dar otro enfoque que sea comprensible para una generación que no va a perder cinco segundos de su valioso tiempo en teclear "filípica" para que la R.A.E. le informe de que es "una invectiva, censura acre", sinónimo de "diatriba y de catilinaria". Citar a Demóstenes y Cicerón sería colmar vuestra paciencia que se agota en un par de tweets. Por eso voy a ser tan didáctico como con mis alumnos de 4 y 5 años:

1. ¿Qué es ser papá helicóptero?: es un progenitor que decide supervisar y entrometerse en cuanto le sucede a su hijo. Ya que le ha comprado las más caras ropitas y juguetes no va a consentir que su hijo sencillamente disfrute, experimente y se socialice en el parque. Se empeña en jugar con él en vez de que juegue de forma espontánea y afronte los conflictos normales. Esa sobreprotección tan grotesca no impide que ya en casa el niño sea aparcado delante de las pantallas mientras sus papás trocan su papel de diligentes vigilantes en la calle por el de negligentes e indolentes en el espacio doméstico. Es tremendo, porque así a su hijo limpito y a la moda se le están quemando los circuitos mentales con el ruido audiovisual que ha sido concienzudamente diseñado por los mejores expertos para convertirlos en consumidores acríticos y pasivos. No exagero: los niños Mayoral y Benetton nacidos en el XX ahora han crecido (que no madurado) y son los ejecutivos de Uber y Cabify que explotan a sus trabajadores y asumen multas que no llegan a la décima parte de sus beneficios. Es un ejemplo de cómo la ausencia de una formación ética en la infancia tiene como consecuencia una actitud egoísta en una adolescencia eterna.

2. ¿Por qué se os llama helicópteros? Lo más llamativo de un helicóptero es el estruendo que hace: ni siquiera su piloto lo soporta y por eso se pone cascos especiales. Son dos defectos graves: la sordera individual y el ruido que generamos alrededor con nuestra charlas irresponsables cargadas de soberbia que antes eran en el corrillo de la acera del cole pero que ahora, gracias a las redes sociales, se multiplica en exageraciones tipo Forocoches y son accesibles 24 horas al día: "una mentira mil veces repetida se convierte en verdad".

3. ¿Qué tiene de malo ser helicóptero? Te dejo un enlace porque sé que te mola ¿verdad? aunque no es de Tiktok, sino un texto desnudo de menos de 300 palabras, ánimo: La lección de la mariposa.

Antiguamente a los niños consentidos y cargantes se les deseaba que fueran a la mili porque allí espabilarían lejos de las faldas de mamá. En realidad hubo muchos que en la puta mili acabaron probando muchas drogas, consolidando su alcoholismo en la cantina del cuartel o desarrollando sus estrategias de escaqueo.

Todo niño necesita calma, ternura e ir afrontando retos. El adulto-helicóptero le contagia de estrés para que sea el más listo del mundo, le abraza y dice cariño justo cuando el niño ha metido la pata y procura para su hijo una entorno artificial de riesgo-cero. Un niño que no se arriesga a saltar, correr y caerse es muy fácil que se rompa un brazo incluso cayendo de la cama; un adolescente que no ha desarrollado su asertividad es carne de cañón para los traficantes de droga. Un joven que no ha afrontado la frustración es capaz de suicidarse por un desengaño amoroso, por unas malas notas o porque su imagen no es perfecta como la de la influencer de turno, que a su vez caen como moscas, juguetes rotos. Supongo que ya entre los padres y madres actuales hay este perfil de hijos de papás consentidores que les dieron todo lo que ellos no habían tenido y por eso os creéis el ombligo del mundo y miráis con desprecio a los maestros que os informan de que vuestro hijo no es perfecto, cuando sabéis que son vuestro propio reflejo.

4. ¿En qué afecta al colegio eso de ser helicóptero? A todos nos perjudican los niños y mayores consentidos: en el tráfico cuando no respetan las normas, en el restaurante con sus gritos y hasta en el Parlamento cuando se comportan como niños malcriados. Pero en los centros educativos los niños se pasan siete horas cada día:
– el niño que no se hace cargo de su ropa ni de su comida porque sus papás se ocupan de todo, hasta de limpiarles el culo más allá de los cinco años,
– el que se empeña en ser el primero de la fila a base de empujones porque sus mamás le dicen que se lo merece todo porque es el más guapo y el más listo del mundo mundial,
– el que no escucha en absoluto ni respeta el turno de palabra porque se ha acostumbrado a que le digan mil veces las cosas y que los adultos detengan su conversación si el rey de la casa se tira un pedete o monta un pollo.

5. ¿Y cómo no me lo ha dicho eso antes la tutora de mi niño? Hay demasiados papás-helicópteros, pero no son todos los de esta generación: aún subsisten adultos con sentido común en la educación de sus hijos. De igual manera, hay demasiad@s maestr@s que pasan de enfrentarse a las familias (saben que la Inspección les aplaude) y se limitan a explicar y ayudar a sus alumnos a rellenar las fichas en dos idiomas. Como en la aldea gala de Astérix, algunos aún nos empeñamos en ser educadores con errores y defectos y por eso denuncio aquí el daño que los papás/mamás-helicóptero estáis haciendo al futuro de vuestros hijos y a la convivencia social. Entre el autoritarismo obsoleto y la permisividad líquida, hay un Justo Medio donde reside la virtud, como dijeron un par de influencer de hace dos milenios: Aristóteles y Confucio).

Sentido común

viernes, 5 de enero de 2024

EL SEÑOR PRESIDENTE

“El señor presidente” es el título de una legendaria novela del escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias. Su trama principal consiste en la descripción de las atrocidades cometidas por un presidente del mismo país, un presidente envanecido y delirante capaz de cometer los peores crímenes.

    Cuando hace ya algunos años yo traje a discusión esta novela en una tertulia literaria, mis contertulios no podían creer que un personaje semejante hubiera existido en la realidad. ¿Habían oído hablar de Pinochet, Somoza, Stroessner, Videla o tantos otros genocidas latinoamericanos aupados al poder por las respectivas oligarquías locales pero siempre o casi siempre apoyados por el gobierno de Washington? Supongo que sí, pero como los occidentales estamos condicionados para creer que en el jardín borrellesco estas cosas no pueden suceder, les costaba bastante creerlo. Aclaro que mis contertulios, con los que sigo teniendo buenas relaciones, no eran simpatizantes ni del PP ni de Vox, pero les resultaba algo inverosímil que no hubiera noticias de tanta infamia. De lo que no dudaban ni un instante, sin embargo, era de las atrocidades de Stalin, Ceausescu o de Milosevic, por ejemplo. Y es que la propaganda occidental es en verdad magistral.

    En realidad, la brillantísima novela de Asturias, ganador del Nobel de literatura en 1967, escrita con un lenguaje de una belleza casi alucinógena, se refiere al más que conocido dictador Estrada Cabrera, del cual la Wikipedia cuenta cosas como la siguiente:

“Para 1916, Guatemala contaba con dos millones de habitantes, pero esto no impidió que los aduladores del presidente lograran que este fuera reelecto con la absurda cantidad de diez millones de votos, tras forzar a las haciendas a enviar a grupos de mozos colonos varias veces a votar. Estrada Cabrera inició el que sería su último período en 1917.

Ya para el cuarto período de Estrada Cabrera prevalecía el despotismo. Los ministros del presidente no eran más que simples asesores y los impuestos del estado iban a parar directamente al bolsillo del presidente: siguiendo el ejemplo de sus antecesores, Estrada Cabrera logró amasar una fortuna de ciento cincuenta millones, a pesar de tener un salario nominal de mil dólares anuales. Los ministros eran seleccionados de entre sus aduladores y no tenían ni voz ni voto en las decisiones del gobierno. La Asamblea Nacional no era muy diferente: ninguna ley se aprobaba sin la venia del presidente. Y, por último, los jueces estaban totalmente entregados a los intereses del presidente".

    Quien lo desee, puede consultar en la Wiki la entrada completa del personaje en cuestión. El tal Estrada Cabrera fue simplemente uno más de los numerosos genocidas que han sembrado de terror las Américas. ¿Pero cuáles son las cualidades que han de adornar a un presidente que sea aceptable para los parámetros occidentales? Por supuesto tiene que ganar unas elecciones, aunque también se acepta pulpo como animal de compañía, es decir, se tolera que se dé un golpe de estado para derrocar a un gobierno que se salga del guion impuesto por los mandamases de Washington y/o del FMI. Aunque la modalidad más favorecida actualmente por los poderes globales establecidos es la del lawfare, como fue el caso de Dilma Rouseff en Brasil o el de Pedro Castillo en Perú, ambos destituidos en auténticos golpes de estado judiciales que tienen la ventaja de no ser tan sangrientos, al menos en sus inicios. Otra cosa es que las protestas ante gobernantes tan impopulares llegados al poder a través de estas maniobras, como por ejemplo la peruana Dina Boluarte, puedan a su vez ocasionar posibles sublevaciones populares con su secuela de muertos por la represión policial y militar.

    Pero ya que hablamos de señores presidentes, podríamos hablar también del que es el presidente por antonomasia, el que podríamos llamar el presidente global y supervisor de todos los demás presidentes del mundo. El muy y mucho democrático presidente que rige los destinos del mundo occidental –y, a ser posible, también de esa parte del mundo que intenta escapar a la férula de Occidente– desde la Casa Blanca en Washington. ¿Qué condiciones debe reunir ese presidente de potestad universal?

    Su misión principal es la de asegurar la pervivencia del llamado “orden basado en unas reglas”, que suelen ser las reglas que convengan al neocolonialismo occidental en cada momento y situación. Por ejemplo, intervención abierta en países como Iraq, Libia, Yugoslavia, Afganistán, Siria o Ucrania, por citar sólo unos ejemplos, y complicidad, en cambio, en los genocidios cometidos en países como Yemen, Palestina, Indonesia, Timor o tantos otros, la mayoría ya olvidados en el tiempo. Resulta obvio que el presidente responsable de llevar adelante todas estas empresas no puede ser un cualquiera. Su elección debe ser algo cuidadosamente aquilatado y considerado, y es por ello que es necesario que los posibles candidatos sean depurados ya en los primeros escarceos de las elecciones primarias tanto del Partido Demócrata como del Republicano. La elección del presidente Jimmy Carter allá en 1976 fue una de las raras excepciones a estas reglas. Aunque por supuestísimo Carter era un hombre del sistema, su insistencia en el respeto a los derechos humanos le hizo algo enojoso por su escaso afecto hacia los dictadores del cono sur del continente americano. Si bien la supuesta defensa de los derechos humanos han sido siempre un arma propagandística perfecta contra cualquier país que buscase librarse de los dictados de Estados Unidos y sus instituciones filiales –FMI, Banco Mundial, etc.–, en el caso de Carter, su ecuanimidad al criticar severamente a los regímenes genocidas de Chile y Argentina y no sólo a los del bloque del este de Europa resultaba genuinamente molesta. Cierto que Carter se redimió a los ojos de los prebostes del Imperio al empezar la financiación y armamento masivo de los “freedom fighters” islamistas en Afganistán en su lucha contra la URSS, pero su tono moralizante marcaba una tendencia indeseable de escasa rentabilidad para los intereses globales de Occidente.

    Los presidentes que le siguieron aprendieron bien la lección y no cometieron los mismos errores. Tanto de Reagan como de Bush padre e hijo no cabía esperar los menores escrúpulos de conciencia en esa cuestión, y tanto Bill Clinton como Obama fueron perfectos ejecutores de los planes del Pentágono en su búsqueda de esa “New American Century” cuyos objetivos explicara tan claramente el antiguo comandante supremo de la OTAN, el general Wesley Clark, a su vez candidato frustrado a la nominación a la presidencia del Partido Demócrata. En cuanto al energúmeno Trump, ya se sabía que para él el concepto de derechos humanos era simplemente irrelevante. No obstante, fue el único de todos estos presidentes que no empezó una guerra durante su mandato.

    Dados todos estos requerimientos para el cargo, es difícil imaginar a alguien más digno de ocuparlo que el actual presidente de los Estados Unidos, Joe Biden. Si se trataba de superar la perfidia y el cinismo de Nixon o del Bush junior de la guerra de Iraq, hay que reconocer que “Bombardero Joe”, por no decir “Genocida Joe”, lo está consiguiendo con creces. Dotado de un infinito don para la mentira, la corrupción y la falsedad, tanto en el ámbito privado como en el público, Biden ha estado detrás de todos los empeños más canallescos del Imperio tanto en el frente interior como el exterior. En lo doméstico, fue uno de los artífices principales de la famosa “Crime Bill”, o sea, la ley que facilitó el que un ciudadano estadounidense pudiera acabar con una cadena perpetua tras haber cometido tres delitos considerados como graves. Uno de los resultados de esta ley, aprobada bajo el mandato de Bill Clinton, ha sido que Estados Unidos se haya convertido en el país del mundo con más presidiarios, tanto en números absolutos como relativos, con una cifra que ha oscilado en las últimas décadas entre los 2.500.000 y los 2.200.000.

    En cuanto a la política exterior, Biden no sólo alimentó la política de total agresividad de Ucrania contra Rusia, uno de los factores que desencadenaron la invasión, por mucho que los medios occidentales lo nieguen, sino que, además de armar masivamente al régimen de Kiev, frustró junto con Boris Johnson, a la sazón primer ministro británico, las expectativas de un tratado de paz entre Ucrania y Rusia en abril del 2022, con un resultado de más de un millón de ucranianos y cientos de miles de rusos muertos.

    Pero sin duda la guinda del pastel está siendo la complicidad absoluta y total del régimen de Biden con el genocidio cometido por Israel en Gaza y, en menor medida, Cisjordania. Es esta hipocresía de condenar la invasión rusa de Ucrania, pero alentar con todos los medios a su alcance los crímenes del carnicero Netanyahu en Palestina, lo que está poniendo en evidencia ante los ojos del mundo entero el doble rasero y falsedad del Occidente colectivo en su supuesta defensa de los derechos humanos y del “orden basado en leyes”. Unas leyes que se interpretan una y otra vez de una manera que favorezcan únicamente los intereses más viles de Occidente, con marionetas como la llamada Corte Penal Internacional de la Haya, que sólo sirven para escenificar un simulacro de legalidad que cada día resulta más risible por su obvia y delirante parcialidad. La imagen de ese presidente definitivamente gagá, tambaleándose por las tarimas y saludando a amigos imaginarios, parece por sí misma la imagen de un Occidente zombi, un Occidente incapaz de digerir, asimilar y aceptar la diversidad del mundo en el que vivimos, un mundo en el que cada vez es más difícil acallar la voz de megaestados como China, la India o Rusia, por no hablar de otros estados emergentes. Un Occidente que sólo puede perpetuar su apenas disimulado neocolonialismo a través de la violencia más descarada y abyecta.

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