En la novela “Sumisión” de Michel Houellebecq se describe una Francia dominada por el Islam tras las elecciones presidenciales del 2022, en las que un creciente partido islamista moderado, apoyado por el centro derecha y la izquierda franceses, derrota en la segunda vuelta a la candidata del Frente Nacional. Poco a poco, toda Francia se va islamizando e incluso la Sorbona se convierte en una universidad islámica en la que los profesores practican la poligamia y gozan de excelentes salarios. A todo esto, los judíos han emigrado todos a Israel y las mujeres ya no llevan minifaldas por las calles sino conjuntos de blusas largas y pantalones. La novela, como casi todas las de Houellebecq, desató una intensa polémica en Francia, ya que además se produjo la desgraciada circunstancia de que su publicación coincidió con el sangriento atentado contra Charlie Hebdo.
Así pues, nos encontramos con una Europa con un complejo de asediada por todas partes. En el interior, es el Islam el que va ganando posiciones día a día, mientras que desde el exterior es Rusia la que supuestamente amenaza esas democracias europeas a las que, según cierta propaganda occidental, está a punto de invadir. ¿Podrá nuestro orgulloso y muy civilizado continente resistir a todas estas amenazas?
El primer empujoncito para conseguir esta liberación vino de la mano de la administración Biden y su voladura de los oleoductos Nordstream, la cual liberó a Europa del “chantaje” que suponía poder comprarle energía relativamente barata a Rusia. Ahora, en pleno ejercicio de su libertad, los países de la UE gastan gozosamente un 40% más –como mínimo– en energía que cuando estaban a merced de Rusia, pero eso sí, están muy contentos de hacerle el gran favor al amigo americano de que las empresas europeas, especialmente las alemanas, o bien tengan que cerrar sus puertas, o emigren a otros países, especialmente Estados Unidos, en busca de precios energéticos más asequibles. Todo sea por la libertad. Y por lo demás, se culpa de la voladura de los oleoductos a Rusia, y a otra cosa, mariposa.
No contento con los resultados obtenidos por la administración Biden, el emperador pederasta Trump ha decidido que los productos europeos exportados a los Estados Unidos debían además ser gravados con un 15% de aranceles a fin de que no pudieran competir con los productos made in USA. La gran luminaria Ursula von der Pfizer, actual presidenta de la Comisión Europea, más sus adláteres, decidieron en el acto que aquel era un acuerdo excelente, aunque se les impusiera también a los europeos unos gastos de 750.000 millones de dólares en compra de productos energéticos a Estados Unidos en los próximos tres años, 600.000 millones más invirtiendo en empresas norteamericanas escogidas por el propio gobierno de Trump, y unos 500.000 millones más en armamento USA. Aunque probablemente habría sido bastante mejor para Europa sufrir una invasión alienígena como la descrita en la película “Mars Attacks” de Tim Burton, los inefables eurócratas se declararon muy satisfechos con el resultado de las negociaciones.
Siendo esto así, quizá habría que repensar el mismo concepto de sumisión. ¿Las prácticas sadomasoquistas no deben ser consideradas como sumisión ya que se hacen con el pleno consentimiento de la persona sometida? ¿La humillación y la degradación no importan cuando las inflige alguien a quien consideramos superior? ¿Acaso será el Marqués de Sade el auténtico inspirador de los textos fundacionales y los acuerdos firmados por la UE?
Claro está, no se puede permitir que Rusia extienda su tiranía a todo el continente y que al final nos obliguen a todos a aprender ruso, como nos previno el siempre clarividente Mark Rutte, actual mandamás de la OTAN y gran lameculos del imperio occidental. Pero lo más chocante es que toda esa magna empresa se lleve a cabo renunciando por completo a toda iniciativa realmente europea, puesto que ya ha quedado claro que incluso las armas necesarias para proteger al régimen mártir ucronazi de Kiev serán de fabricación estadounidense pero pagadas con dinero europeo, con lo cual es de suponer que las propias fábricas de armamento europeas queden absolutamente abandonadas y/o arruinadas, a no ser que el presupuesto dedicado a armamento absorba no ya el famoso 5%, de por sí insostenible, sino cotas verdaderamente demenciales del presupuesto de cada estado. Pero del mismo modo que en los años de la pandemia se sacrificó a la industria farmacéutica europea en favor de compañías como Pfizer o Moderna, sin intentar siquiera elaborar una vacuna propia contra el covid-19, ahora esos eurócratas mayormente alemanes, de la Europa del norte y bálticos, han decidido cortarle el pescuezo también a la industria militar propia.
Pero como siempre, las élites europeas son magistrales en todo lo referente a ocultar los problemas de fondo, lo que nos retrotrae a la novela de Houellebecq. La numerosa población musulmana de Francia es una secuela de su larga etapa colonial, a la que los diferentes gobiernos franceses nunca han sabido renunciar del todo. El hecho de que actualmente estemos asistiendo a los últimos estertores del imperio colonial francés, con países como Níger, Senegal, etc., rompiendo sus lazos económicos y energéticos con la metrópoli, como muchos años atrás hiciera Argelia, no hace sino exponer de manera más evidente todavía hasta qué punto los países occidentales crean sus propios problemas. Y ello tanto en el terreno geopolítico como en el económico, social y cultural.
¿Se cumplirá algún día la predicción de Houellebecq en su novela? Considero que es muy poco probable, no sólo por la fuerte reacción xenófoba que se está produciendo en casi todos los países de Occidente, sino también porque no necesariamente todos los musulmanes habrían de querer ese estado musulmán del estilo sharía. De hecho, ha sido siempre el mismo Occidente el que más ha acosado y hostigado a cualquier país musulmán que emprendiera un camino hacía el laicismo. Mossadegh en Irán, Nasser en Egipto, Gadafi en Libia, Assad en Siria, el gobierno laico de Afganistán, y otros muchos son los ejemplos de que cuando en el mundo islámico ha surgido algún gobernante laico, ha sido objeto de interminables campañas de acoso y derribo por parte del bloque anglosionista y sus cómplices europeos. Occidente siempre ha preferido el islam más oscurantista a cualquier gobierno que pusiera en peligro sus privilegios coloniales y los beneficios de sus compañías petroleras. De ahí que, para Occidente, haya dos tipos de islamismo radical; el bueno y el malo. El bueno lo encarnan los camaleónicos ISIS y Al Qaeda bajo sus distintas etiquetas, el malo es el de Irán, Hamás y los Hermanos Musulmanes. Los “yihadistas moderados” que han usurpado el poder en Siria –casi de inmediato reconocidos y aupados por la UE y USA–, sumiéndola en un auténtico baño de sangre, son el ejemplo más caricaturesco pero a la vez más genuino del Islam que le gusta a las élites occidentales.
Existe, sin embargo, otro factor que pudiera dar cierta verosimilitud a la fábula de Houellebecq. En efecto, los europeos cada vez tienen menos descendencia, con lo cual la población inmigrante y sus descendientes adquieren un mayor peso demográfico. Sumergidos por el propio sistema neoliberal en una cultura que combina a la perfección el hedonismo, el turismo de alpargata, el consumismo de todo a 1 euro y la precariedad más agobiante, junto al lavado permanente de cerebro y la desinformación absoluta a través de los medios de intoxicación de masas, o MSM (Main Stream Media, medios generalistas en castellano), los proyectos de futuro, como por ejemplo fundar una familia, parecen algo muy lejano y de difícil realización. Acostumbrada a la vida relativamente confortable conquistada por sus abuelos, la población asiste entre indignada e impotente al lento pero constante expolio de sus derechos sociales a la par que suenan de manera incesante los tambores de guerra contra Rusia y más allá. Y aquí es donde se manifiesta la plena esquizofrenia del sistema; mientras que se culpa del desmantelamiento del estado de bienestar a los inmigrantes, es imposible prescindir de ellos puesto que no sólo son el ejército de reserva para realizar los trabajos más ingratos, sino también la carne de cañón necesaria para las futuras guerras de la OTAN. Porque esa es la sumisión buena; no la sumisión a los siempre perversos rusos y chinos, o frente a los retrógrados y taimados musulmanes; la sumisión encomiable es la obediencia ciega a las políticas del FMI, OTAN, Blackrock, Unión Europea y los distintos emperadores que se vayan sucediendo en la Casa Blanca.
Veletri
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