Una izquierda que vaga sombría y desnortada, sin recordar el lugar donde se abren las ventanas, una derecha irracional que va imponiendo su cultura de muerte. Así es el mundo que nos rodea. De nada sirven las consignas que se elevan sobre el pretendido anhelo de “unidad de la izquierda”, muletas para seguir manteniendo el bien comprobado juego sucio de los partidos.
Shakespeare hacia recitar a Ofelia el ofrecimiento de romero para la memoria y trinitarias para el pensamiento. La literatura nos dio en muchas ocasiones la solución a los males personales y sociales. ¿Por qué no abrir los canales del recuerdo y caminar por una senda que se empeñaron en borrarnos, la que nos conducía a un referente, a un sueño que devino en realidad? La temida, la perseguida, la casi olvidada URSS que, sin embargo, dejó sus huellas en muchas otras tierras, como las aves migratorias enseñan las estrategias de sus vuelos aerodinámicos.
Crecimos en un mundo de odio, de mentiras, de historias manipuladas hasta el infinito. No hubo experiencia más cancelada por la propaganda capitalista que la que se hizo con el único estado obrero de la historia. Hasta la izquierda más progresista ha dejado de nombrarlo cuando, desorientada, dice buscar alguna alternativa que nos saque del caos.
No voy a escribir sobre la sucesión de acontecimientos que desembocaron en la creación de la URSS, mi objetivo es desempolvar de la memoria a los protagonistas, nuestros ascendientes, aquellos mendigos que se convirtieron en hombres y mujeres fuertes, como dicen los versos de Miguel Hernández, que consiguieron convertir un país muy pobre y esclavo de los terratenientes, devastado por las guerras civiles, en una superpotencia mundial, a través de una transformación social nunca antes lograda, inspiración de movimientos revolucionarios en todo el planeta. Un país lleno de mujeres y hombres generosos y cultos que fueron capaces de librar a Europa de los nazis y de su máquina de guerra, aún a costa de muchas vidas.
La contribución de la construcción socialista en la URSS hay que verla en relación con la vida de los trabajadores en el mundo capitalista, desentrañando el potencial que posee el socialismo en la mejora y desarrollo de la vida humana, individual y colectivamente. Esta revolución social no se restringe a la conquista del poder político, como hacen las democracias parlamentarias capitalistas. Abarca todos los aspectos de la vida, en un proceso ininterrumpido, es la lucha entre las semillas de lo nuevo contra los vestigios del viejo sistema. Se trata de la formación de unas nuevas relaciones sociales, personales, culturales y económicas, para abolir las relaciones capitalistas de “explotación, desigualdad y guerra” (los tres pilares del capitalismo).
El error de nuestras izquierdas actuales es haber abandonado la esperanza de un mundo sin explotación y haber adoptado, en su desesperación, el reformismo que el sistema le ofrece a cambio de unas migajas de poder político para unos pocos.
Saber que en 1918 el nuevo código soviético desarrolló una red de atención médica para todos, o que eliminó la potestad de los maridos sobre las mujeres, proclamando la igualdad entre ambos, la legalización del divorcio y del aborto como derechos, y la despenalización de la homosexualidad y penalización de su discriminación, nos hace pensar en frutos maduros de una semilla que el viento soviético nos trajo más tarde a los países europeos pero que conseguimos solo en forma de migajas llamadas “estado de bienestar”, ya hoy terminado.
Y si hablamos de derechos laborales, pocas veces se recuerda en los medios que ya desde Noviembre de 1917, en la URSS los obreros trabajaron siete horas diarias, igualando los salarios promedios, los especialistas solo cobrarían dos veces el salario básico, con un sistema de pensiones para ancianos cuya jubilación se estableció a los 55 años para las mujeres y a los 60 para los hombres, con vacaciones anuales pagadas y alojamientos, sanatorios, casas de descanso, balnearios, a disposición de todos los trabajadores, con alojamiento, comida, programas recreativos, culturales, deportivos, tratamientos sanitarios y de rehabilitación”, gratis o casi gratis (por algunos servicios pagaban el 20% del total).
Un profundo impacto cultural y social transformó la forma de pensar de un país tan inmenso, “nacieron cereales, tractores, enseñanzas y caminos”, canta Neruda, al igual que loaron y apoyaron tantos otros intelectuales del mundo aquella epopeya del pueblo ruso, un pueblo que eligió la paz frente al temblor de la guerra en Europa, un pueblo que se atrevió a cantar con Mayakovski un solo en la flauta de los canalones.
En cuanto a logros en educación y desarrollo científico, la labor de Nadezhda Kropskaya junto a su numeroso equipo, fue impresionante, una campaña de alfabetización masiva que alcanzó a las quince repúblicas soviéticas, un sistema educativo gratuito, universal y público, junto a la reconstrucción de las viejas escuelas y universidades, creando además muchas otras nuevas sobre todo en las regiones periféricas que carecían de ellas. Ya quisiéramos nosotros, los europeos actuales, un modelo pedagógico como el que implementaron aquellos titanes de la cultura, una educación holística, integral, basada en la experiencia, en la cooperación y en el conocimiento, alejada de cualquier doctrina religiosa.
La cultura soviética estuvo en la cumbre de las vanguardias, a pesar de las toneladas de basura que arrojó la guerra fría sobre sus producciones artísticas, cinematográficas y de animación, musicales, teatrales, operísticas, literarias y científicas.
Hoy el hambre recorre los países del capitalismo y “la guerra va erizando los caminos” de Europa. Nosotros, los europeos ya no sabemos de revoluciones, los mandamases del capital nos cerraron los ojos, nos cosieron los labios, obstruyeron nuestro olfato y solo escuchamos los mandatos de un altavoz sin cara. Quizás desde alguno de los callejones donde nos deja abandonados esta sociedad tan cruenta, veamos el vuelo de las grullas que en invierno migran desde las estepas rusas hasta Europa, y nos preguntemos de dónde vienen y cuánta tierra se necesita para vivir dignamente.
Eirene
"Zhuravli" (Las grullas). Canción del poeta ruso Kobzon y del músico Frenkel, en recuerdo de la niña de Hiroshima, Sadako Sasaki y sus mil grullas de papel. La dedicaron también a los soldados desaparecidos en las guerras.
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