lunes, 4 de diciembre de 2023

NORMALIDAD O SALUD

Lo "normal" es lo que hace la mayoría, pura estadística. Lo "saludable" es el equilibrio del cuerpo, de la mente y de las relaciones sociales de cada persona o de un colectivo.

Resulta obvio, salvo para los adolescentes que no han superado el egocentrismo infantil, que lo que sucede mayoritariamente en una sociedad define su propia normalidad, por más insano que resulte. Y decisiones de lo más saludables no son "normales" en muchísimos entornos. Entiendo que son muy sanas las libertades de vestimenta, de constumbres, de opciones sexuales o de opiniones políticas pero la mayoría no son "normales" porque se alejan de la norma establecida por cada grupo social. Un dato: el consumo diario de televisión en España en 2021 fue de 3,5 horas diarias: más de la mitad del tiempo de ocio se dedica a contemplar contenidos muy dirigidos hacia el consumo, la manipulación sociológica o el simple atontamiento de que "enciendo la tele para no pensar". Sin embargo, sólo un tercio de los españoles dedican 2,5 horas semanales al ejercicio físico. El tiempo dedicado a una actividad normal como mirar la tele es diez veces mayor que el invertido en algo saludable como el deporte o el simple paseo tonificante.

Voy a exponer dos perfiles de familias con los que se encuentra el educador, desde infantil hasta el instituto, cuando tiene una entrevista como tutor:

Familia "normal", cuyos hijos pequeños se vieron perjudicados por la pandemia al estar encerrados en casa durante tres meses del 2020, sin acceso al colegio, parque ni naturaleza. Su hij@ es el centro de la casa: "que tenga, al menos, lo mismo que los vecinos", "que no sufra la brusquedad que sufrimos por los maestros autoritarios del siglo pasado", "quiero que mi hij@ sea feliz". Así que el niño tiene más ropa de la necesaria; no sabe qué hacer con tanto juguete regalado; come cuando, como y lo que le viene en gana; y se comporta como un príncipe consentido, malcriado y prepotente desde que empieza a hablar hasta más allá de los 30 años que seguirá en casa de los papás ¿dónde va a estar mejor que entre algodones y siendo aplaudido y mantenido por sus adorables progenitores?

Esa sarta de despropósitos en el hogar afecta a la sociedad, porque esos cachorros sobreprotegidos salen a la calle y pretenden comportarse de la misma forma que se les consiente en casa. No me invento casos en que los niños se lían a patadas con sus padres, les insultan y les tratan como si fueran esclavos a su servicio: les llevan la mochila escolar, les persiguen por todo el parque para que tomen la merienda, les limpian los mocos a edades vergonzosas o se arrodillan para atarles los cordones mientras el rey de la casa usa el móvil con absoluta displicencia. Todo eso sólo sería grotesco si no se proyectara sobre el resto del entorno, porque el niño de-los-cojones patea a otro niño y le arrebata el juguete, tira los papeles al suelo de la calle, corre como un poseso sin importarle llevarse por delante a una persona mayor oi aúlla en el restaurante porque tardan en traerle su hamburguesa que es lo único que come el angelito. ¿A que son "normales" esas escenas? Nos llevan los demonios, pero las hemos asumido porque si no acabaríamos diariamente a gritos con esos seres y con la madre que los parió.

Imaginen qué sucede dentro de un aula cuando se juntan allí unos cinco personajillos de esa calaña. El siglo pasado sólo aparecía uno por clase y se le dejaba en evidencia: quien no decía "Buenos días" tenía que volver a salir y saludar correctamente, el no pedir las cosas "por favor" le privaba de lo que necesitaba y no dar las gracias suponía que no se le atendería en la próxima ocasión. Sin collejas ni palmetazos, los niños entendíamos que la vida en sociedad era más fácil y grata empleando una reglas de urbanidad que tenían un trasfondo de respeto al prójimo y a uno mismo. Pero ahora te miran con suma extrañeza: "¿cómo osas en no complacer mis caprichos inmediatamente como hacen mis papás?". Me recuerdan la imagen de la Reina de corazones de Alicia en el país de las maravillas chillando: "¡Que le corten la cabeza!". Ni cuelgan sus abrigos ni son capaces de escuchar a sus compañeros cuando quieren contar algo interesante, ni atienden a su maestro en la explicación académica o en una instrucción para el funcionamiento cotidiano. Lo peor: que esos cinco contagian a una mayoría difusa que opta por seguir ese modelo de indolencia en vez de secundar a los chavales que, milagrosamente, mantienen su interés por aprender y su disponibilidad por colaborar generosamente. "Una manzana podrida estropea todo el cesto", pues cuando hay media docena, es inevitable… salvo que el educador se deje la piel para remediar ese sinsentido donde los maleducados dictan la dinámica dentro de un centro educativo. Sé que es heroico en los institutos, pero doy fe que es posible en la etapa infantil, si se cuenta con la colaboración de las familias.

Pero uno se encuentra con una familia "normal", un perfil actitudinal que se va extendiendo: papás "merengues" (por lo blanditos e inconsistentes ante sus pequeños dictadores), mamás "helicópteros" por estar encima de sus hijos desde su respiración cuando eran bebés hasta las calificaciones que reciben… ya universitarios: hay casos de ir a reclamar por el examen de su "pequeñ@" de 20 años. Lo más adecuado sería llamarles Papis-Drones: siempre encima de forma física y virtual, con su cámara centrada en su maravilloso hijo que jamás tiene culpa de nada y sí sus malas compañías, y haciendo un ruido emocional que aturde a su eterno bebé y le incapacita para ser protagonista de su vida en todos los aspectos. Al maestro le sueltan "Para mi hij@, quiero lo contrario que lo que yo viví" (es una frase textual que me dejó estupefacto): resulta que no les vale el sentido común de sus padres ni de sus maestros, la dinámica que se respiraba en las calles de su barrio, la sensación de coherencia de unas normas claras aunque estrictas. Ahora el educador no debe ser brusco ni con su vástago ni con el resto, porque "genera miedo": es mejor que los niños se peguen, tengan un accidente o pierdan miserablemente su tiempo con tareas que no les suponga esfuerzo. No te van a reconocer la cantidad de denuncias que ese mismo tipo de padres ha puesto contra los colegios por agresiones/acoso, por caídas inevitables o cuando sus hijos fracasan en los estudios.

En compensación, la semana pasada disfruté de una tutoría con el "lado luminoso" de la paternidad: un papá encantado de guiar a sus hijas en el amor a los libros y a los cuentos, que les lleva a los teatrillos de títeres en vez de a los grandes musicales incomprensibles pero "instangraMEAbles", que les anima a ser autónomas al vestirse, asearse, recoger, jugar como toda la vida con muñecos o construcciones, que baila con ellas y que es capaz de tirarse al suelo a hacer el ganso, con sentido del humor y con tranquilidad ante los inevitables defectos de sus niñas (pataletas, peleas a gritos, indolencia al recoger…). Una conversación entre dos personas que sabemos que estamos en el mismo lado: a favor de la infancia en un equilibrio de ternura y firmeza, de escucha a sus necesidades pero de exigencia de respeto al prójimo. Cosas tan de cajón como que un niño necesita parque y no pantallas. Pues todo esto, que es de sentido común, ha dejado de ser "normal" en nuestra sociedad pera ser "excepcional". Pero no por ello deja de ser Sano y sumamente satisfactorio. No es cómodo educar a un niño sino agotador, pero es muy gratificante contemplar el resultado: ciudadanos equilibrados y creativos.

Mi clave para no tirar la toalla como educador: una visión taoísta que acepta las dos caras, positiva y negativa. Si hay cinco personajes maleducados, hay que buscar a las otras cinco personitas que sí reflejan una educación nítida por sus familias, que son curiosos, entusiastas y amables con los demás. Y generar un ambiente de aprendizaje y juego que hace que la otra mitad de la clase, la tibia intermedia, abandone la actitud indolente para disfrutar de una convivencia donde se da el Buentrato y donde crecemos todos, también su maestro que sigue aprendiendo y sonriendo con gratitud por una profesión tan útil.

SENTIDO COMÚN

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