Según la RAE la palabra “sinónimo” significa:
“Dicho de una palabra o de una expresión: Que, respecto de otra, tiene el mismo significado o muy parecido, como empezar y comenzar”
Comienzo o empiezo entonces el cuento:
Hace años que el tiempo no sigue las pautas acostumbradas. Esas cuatro partituras que todos conocíamos desde pequeños ya no existen. Eran fronteras invisibles, visibles solo para calendarios, portadas, escaparates, postales, poemas o en cartas que ya casi nunca se escriben. Había frases en ellas como: “El dulce canto de la primavera”, “El vaivén sinuoso de las hojas abatidas en otoño”, “El crepúsculo temido del invierno: sus pasos blancos”, “La desnudez del verano” y otras menos poéticas como: “Rebajas de verano”, “Avance de primavera”, “El ofertón del invierno”. Ahora salvo estas últimas, las anteriores que evocaban paisajes y sentimientos se han quedado perdidas en algún lugar.
No, ya no viven las cuatro melodías separadas ni siquiera su orden natural se conserva. En mitad del verano, el invierno llega a veces como un ladrón robándonos el calor y buscamos entonces ansiosos por todos los armarios de la casa: un paraguas, un jersey y hasta una manta para poder abrigarnos por la noche. El cambio climático que algunos todavía se niegan a creer y del que somos responsables todos, ha llegado hace tiempo.
Hace unas semanas, durante varios días seguidos, la estuve viendo. Grácil, alegre, aparecía al mediodía por la plaza que hay en mi barrio. Cruzaba ese casi círculo perfecto de cemento. Un corazón escondido yace debajo de ese asfalto, que se estremece siempre con las voces y risas de los niños, con las historias de los mayores, con el traqueteo de los carritos de la compra, con los ladridos inesperados, con los adioses y holas entre los vecinos.
Puntual, al mediodía, sin que nada pudiese pararla, pasaba por allí. Muda, apresurada, resbalaba su cuerpo entre los barrotes que hay en la parte alta de la puerta de un garaje de la calle. No iba sola. Llevaba en su pico una rama delicadamente como si llevase un niño pequeño en brazos. Desaparecía de mi vista entonces hasta que, al poco rato, salía de allí con su pico vacío. Realizaba varios viajes sin agotarse, feliz, inacabada. El sol la recibía agrandándose más y hasta la oscuridad se aclaraba con ella al sentirla atravesar esa puerta pesada, cerrada, de hierro. Durante esos viajes, me fui preguntando qué sentido tenía el llevar esas ramas en pleno invierno hasta que me di cuenta que para ella no lo era. Era primavera. El sol, la subida de temperatura, la casi floración de algunas plantas, habían hecho que ella lo creyese.
Los días soleados que nos hicieron dudar de si estábamos invierno, dieron paso al frío de nuevo. La busqué varios días a su hora sin ningún resultado. No la volví a ver más y sí diariamente a sus compañeras dicharacheras de los desayunos de la plaza.
Hoy sigue siendo el día en que todavía me sigo preguntando que habrá sido de ella, de sus ramas escondidas en un alto preparando un nido que no llegó, de su alegría al llevarlas creyendo que era primavera…
Este pequeño cuento tiene relación también con esta historia que leí hace poco. La historia hace referencia también a unas primaveras y la imagen de ellas está inmortalizada en dos esculturas que hay en la Alameda de Santiago de Compostela. Se llamaban Corelia y Maruxa. Dos hermanas más conocidas como “las Marías” o “las dos en punto”. Mayores, estaban tachadas de locas y solteronas. Allá por el año 1925, a la hora que salían los estudiantes de las clases, Corelia y Maruxa se paseaban delante de ellos, flirteaban abiertamente, mientras los estudiantes al verlas se mofaban de ellas. Fumaban, piropeaban a los chicos, vestidas de alegres colores, desafiando así el papel de la mujer ejemplar en aquella época.
Pertenecían a una familia de diez hermanos. Varios de los varones eran miembros destacados de la CNT. Por esta razón y con el estallido de la Guerra Civil, los hermanos de las Fandiño, que así se apellidaban, fueron perseguidos bajo orden de arresto. Huidos, durante años fueron sometidas a crueles persecuciones con el fin de que ellas dijesen el paradero de sus hermanos. Les destrozaron la vivienda, les hacían salir a la calle desnudas y en ocasiones las conducían hasta el monte Pedroso. Algunos afirman que llegaron a torturarlas físicamente. Las Fandiño nunca revelaron el paradero de sus familiares.
El acoso solo terminó cuando estos fueron finalmente encontrados y asesinados. Para entonces, las hermanas habían perdido la vida que un día tuvieron, viviendo como habían vivido durante años en una situación de gran precariedad. Por el miedo a significarse como partidarios de una familia anarquista, los vecinos de las Fandiño dejaron de llevar sus ropas a las hermanas costureras. A cambio les ofrecían todo tipo de ayudas. Incluso llegaron a realizar una colecta, a comienzos de los años sesenta, cuando la casa de los Fandiño se vino abajo.
La primera en fallecer fue Maruxa, la mayor, en 1980 y tres años más tarde falleció Coralia. Dos mujeres que creyeron en la primavera.
Un cuento y una historia, dos mujeres y un ave que desafiaron al invierno, llevando la primavera como emblema.
Fuentes:
Wikipedia: Las Dos Marías
Documental: Las dos Marías. Santiago de Compostela.
Libro: Adelanto de "Las Marías de Santiago".
Gato
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