sábado, 5 de agosto de 2023

La ¿ben-emérita? o "Todo a costa de la Patria"

Allá por el año 52 más o menos iba yo tras la comida, a donde fuera. Ese día tocó en el Cuervo (límite de Sevilla y Cádiz). Las vías del tren a más de dos metros y medio de altura. Justo delante mío una pava había abandonado a su tribu de seis u ocho pavitos que a un hambriento niño de diez años le provocaban unos tremendos instintos asesinos. El pavicidio no era la norma del niño pero el hambre arrastrada le invocaba a cometerlo. Había salido desde más de 40 kilómetros en busca de comida. Montado en un tren de mercancías y saltando del vagón sin pararse a pensar en el peligro que suponía. Pero el hambre dá un inusitado valor al que pretende saciarla. Aunque inconscientemente, claro.

Los seis pavos ya tenían más de un kilo cada uno. Lentamente empecé a alejarlos de las vías para arrinconarlos donde no pudieran escapar ni la madre encontrarlos. A punto de rematar la faena, una mole de carne apareció saltando las vías y derecho hacia donde estaban los pavos conmigo en buena compañía. En vez de darme los buenos días, me arreó tal bofetada que, después de 70 años aún me pitan los oídos. Ni era ni he sido jamás zorro de gallinero. El hambre me condujo allí y a cometer esa falta. No tengo claro quién tenía más delito si el niño con hambre o el mozo de veinte y pocos años que me dejó sordo unas horas y llorando.

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Ya he contado esto pero no me resisto a repetirlo.

La campiña jerezana es superfértil, ya lo creo. Cómo consiguieron terratenientes foráneos hacerse con aquellas tierras no lo sé. Tal vez por las armas que era lo habitual. El caso es que uno de los mejores cortijos, a orillas del Guadalete, es de propiedad de los Bohórquez (Fermín, el rejoneador) y otras tierras cercanas también. Como aprovechaban cuantas ayudas les brindaba el régimen, sus fincas las patrullaban las parejas de civilones a caballo. De un tremendo maizal ya habían recogido la cosecha, quedaba pues el "rebusco", algo muy practicado en esos tiempos y por esas tierras.

Con 12 años aproximadamente y con mi hermano de 16 habíamos conseguido un saquito de granos de maiz de unos 7 u 8 kilos. Estábamos a unos 6 o 10 metros del río de la famosa batalla. De pronto, de las altísimas cañas del maiz dos G. Civiles a caballo. Susto morrocotudo. Mi hermano con un grito me alertó y vi cómo él se tiró de cabeza al río. Yo tres veces no lo pensé, así que le seguí, me zambullí tras él.

El río allí es peligrosísimo, es tremenda la corriente que lleva. En breves segundos nos transportó a más de 100 metros de los civiles... aunque sin el maíz, que quedó en tierra. De pronto, entre mi hermano y yo vimos salpicar el agua al tiempo que oímos un disparo. Sabemos que no querían darnos, pero sí asustarnos.

Lo consiguieron y ese día nos dejaron sin comer. Cambiábamos el maiz por un poco de comida en una venta que había en El Portal. Desde ese día amo más a los Civiles; no puedo evitarlo.

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Con 16 años y una vieja y ruinosa bicicleta me fui al Puerto. Me atraían sus playas. En la de La Puntílla había rocas (hoy ya no, las han dinamitado). A lo tonto a lo tonto, me di un gran corte en la planta del pie que precisó de 5 puntos. En aquel tiempo la playa estaba desierta, como a mí me gustó siempre. Sólo un Guardia Civil de Costa en una mini garita y yo. También apareció un recién nuevo fabricado 600 color verde (verde 600): resultó ser de un abogado de Córdoba que hacía turismo estrenando coche. Me montó el buen hombre en su bólido y recogió mi ropa. Me llevó al hospital y allí, a lo vivo, sin anestesia, me dieron los 5 puntos. Di patadas hasta al portero y grité para que se enteraran en mi casa. Luego el mismo buen samaritano me llevó a Jerez, a casa. La bici se quedó en El Puerto a cargo del G.Civil.

A los dos o tres meses, ya restablecido, necesitaba la bici para ir al trabajo. Monté en el tren y, me fui al Puerto. Como la zorra de las uvas, anduve preguntando aquí y allá. Sólo me quedó por preguntar en el Ministerio en Madrid. Nadie conocía al civilón. Entré a un restaurante (que olía a gloria) atascado de civiles comiendo. En vez de darme pistas un joven guardia me cortó pidiéndome el DNI. Yo asustado aproveché que su compañero le distrajo y salí corriendo de aquel avispero lleno de malas intenciones.

Frente al Hostal San Cristóbal está el Cuartel de los "beneméritos". Entré a preguntar y, ¡lo primero que vi!: un niño dando vueltas en el patio con mi bici! Me fui a él y de un empujón-tirón le quité mi máquina. Voces de mujeres, llantos del niño. Decía su madre que ellos le habían comprado una cámara y cubierta nueva, yo alegaba que lo habían hecho sin preguntarme. Al final por vergüenza me dejaron ir.

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Allá por los años 74 trabajaba yo por la urbanización "Las Castillas", entre Madrid y Guadalajara. Ya tenía mi querido 600 casi de lujo. Iba a comer a un pueblo cercano, Talamanca del Jarama y, a la misma entrada en la carretera de acceso, el cuartel de la G. Civil. Zona tranquila, allí no había nadie ni por el pueblo ni menos por la carretera. Un civilón (estaría recién peleado con la civilona) en el centro de la carretera. Haciendo de guardia de tráfico. Ridículo total. Allí no había tráfico en absoluto. Me para:

- Carnet. ¿A dónde va?

- Mire, a comer ahí en casa de ¿...?

- El cinturón

- Mire, vengo de aquí cerca y no cr...

- ¡¡¡Es obligatorio, le puedo multar y detener...

Al final me dejó ir pero el susto aún me dura. Siempre me ocurre cada vez que me enfrento a estos energúmenos.

Cuando en Barcelona me dijeron que estaban buscándome me faltó tiempo para pillar el primer tren a Madrid.

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Me quedó por explicar, para rematar con los civiles verdosos, esto: iba un tal Manolo el camionero con su tres ejes mercedes alemán oyendo en la radio temas de OVNIS que le apasionaban. De pronto, se cortó la emisión y una voz locutora parecida a la famosa de Nueva York donde hubo tantos suicidios habló.

"Atención, atención, no se alarmen pero, hemos de comunicarles que hace media hora hemos sido invadidos por miles de platillos volantes. No, no se asusten, son gente pacífica, muy pacífica y entienden nuestro idioma si se les habla despacio. Repito, no se alarmen, no hagan gestos inamistosos, son pacíficos...". Manolo, en la cabina de su camión daba saltos de alegría, reía y saltaba. Mientras oía el resto de la locución radiada. "Son seres bajitos de color verde...". Manolo embocaba una curva en ese momento y, cual no sería su sorpresa que vio en la orilla de la carretera a un hombre bajito y verde.

Frenó, eufórico, bajo del camión, se acercó a la figura y como dijo el locutor dijo balbuciente "YO MA-NO-LO... CA-MIO-NE-RO... LLEVO NABOS Y COLES AL MERCAO..." y el otro, desde la cuneta donde estaba contestó... "Yo Emilio Verdial, Guardia Civil, cagando".

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Por cierto que, después de más de 20 años, tuve que hacer unos trabajos en Getafe a unos Civilones y, a los dos o tres días pensaba que conocía aquel sitio. Cuando caí en la cuenta casi me da un soponcio:

Era el cuartel donde nos tuvieron presos cuando la huelga general de Fuencarral en el 82... ¡¡Vaya chasco!!

Aún tengo más historias con los civilones. Dignas de olvidar, eso sí.

Sin más por hoy, saludo a mi vecina Rita (la maciza) pero no saludo a su hermano que es un chungo ni al marido que un celoso de cojones.

Tenía que decirlo.

ANTONIO

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