miércoles, 28 de mayo de 2025

Tierno, triste, amargo

Conozco un sentimiento que contiene las tres cualidades del título, no sé determinar en qué cantidad se mezclan, pero sé su nombre: esperanza.
Intentaré argumentar esta afirmación aunque parezca una paradoja irresoluble. Para ello me basaré en tres películas (el cine enseña). Las tres tienen en común la insoportable soledad de los niños en este mundo tan complejamente absurdo, en el que desde la primera infancia se les institucionaliza para “educarlos” según las normas establecidas por el sistema (a algunos incluso se les quita la vida con bombas o por hambre), recibiendo toda la presión que la olla social abarca. ¡Y mucha incomprensión!
Más que hablar de la escuela, quiero hablar de los niños (nosotros lo fuimos ya hace mucho tiempo). Buscar en la memoria alguna raíz de nuestra propia infancia nos ayuda a comprender las tensiones que viven hoy en este mundo aún más caótico y confuso que el nuestro.

El niño palestino que hizo este dibujo se enfrenta a los poderes de un mundo insolidario. Fue censurado en una exposición del Museo de Arte de Oakland (EE.UU.). Algunos medios lo reprodujeron, es un grito desesperado para transmitir lo que los niños de Gaza viven diariamente.

Dibujo de un niño palestino (2011), censurado en un museo de EE.UU.

Comencemos por la ternura necesaria. La primera película, “L´école buissonnière” (1949) trata de un maestro en los años 20, que lucha solo frente a una escuela tradicional, escolástica, una enseñanza aislada de la vida que viven los niños. En este caso el ambiente es una escuelita rural en la Provenza francesa, el maestro logra escucharles, ofrecerles todos los recursos posibles para que sus mentes trabajen de una forma conectada con sus propias vidas. A pesar de los obstáculos que le imponen los caciques, la comprensión (que no deja de ser ternura) y la escucha, logran que los pequeños aprendan a oír su propia voz, a desarrollar su ansia de conocimiento, inherente a todos los niños que no se arredran a la hora de trabajar y esforzarse porque alguien ha comprendido que es más importante para ellos fabricar un pequeño molino en el río capaz de dar corriente y encender una bombilla o conocer los derechos humanos, que la fecha de cualquier batalla de Carlomagno. Y que los conocimientos hay que compartirlos con niños de otros lugares lejanos, a través de la correspondencia y un periódico, hecho con una imprenta que aprenden a manejar ellos perfectamente.
Aunque cambiando el nombre, es la vida de Célestin Freinet (1866-1966), el pedagogo que tanto aportó a la escuela nueva en todo el mundo, cuyos principios se basan en el método natural de aprendizaje, en la escuela del trabajo, en el tanteo experimental conectado a la vida.

Vayamos ahora con la tristeza. Casi todos habréis visto “El maestro que prometió el mar” (2023), preciosa cinta, con grandes dosis de ternura, de comprensión y de escucha, garantizadas por un maestro entregado que también desafió a los poderes caciquiles en la España rural de 1935. Su labor (freinetista también) fue compensada en la escuela, no así en su propia persona, que recibió todo el peso de la represión y crueldad falangista y fascista, sin concederle siquiera a su familia el sosiego de poder encontrar sus huesos.

De mal en peor, la vulnerable adolescencia ha ido enfrentándose a la sociedad del siglo XXI, en la que la supuesta democracia con cara de piel de cordero, el doble pensar, la competitividad, la incertidumbre ante el propio futuro y la confusión como cartel anunciador de una irracionalidad aceptada, ha traído a unos adolescentes vacíos, tristes, enfadados, amargados, sin proyectos, sometidos a una presión insoportable, con la absoluta incomprensión de los adultos, a los que le es indiferente si viven o si mueren.

Aquí entra la tercera cualidad, la amargura, y la tercera película “Indiferencia” (2011), con un Adrien Brody magnífico, como siempre, haciendo el papel de profesor en un instituto llamado “conflictivo”, de EE.UU., donde se retrata con crudeza la dura realidad que viven muchos adolescentes en las sociedades denominadas democráticas. La película comienza con una cita de Albert Camus, recitada por Adrien Brody: “Jamás había sentido a la vez tan profunda indiferencia de mí mismo y de mi presencia en el mundo”, y concluye la cinta con un párrafo de “La caída de la casa Uhser” de Poe, que reproduzco porque no solo cualquier profesor, también cualquier persona ha tenido alguna vez estos sentimientos de fracaso, de desconsuelo, tan bellamente descritos:

“Durante todo un día de otoño, triste, oscuro, silencioso, cuando las nubes se cernían bajas y pesadas en el cielo, crucé solo, a caballo, una región singularmente lúgubre del país; y, al fin, al acercarse las sombras de la noche, me encontré a la vista de la melancólica Casa Usher. No sé cómo fue, pero a la primera mirada que eché al edificio invadió mi espíritu un sentimiento de insoportable tristeza. Digo insoportable porque no lo atemperaba ninguno de esos sentimientos semiagradables por ser poéticos, con los cuales recibe el espíritu aun las más austeras imágenes naturales de lo desolado o lo terrible. Miré el escenario que tenía delante –la casa y el sencillo paisaje del dominio, las paredes desnudas, las ventanas como ojos vacíos, los ralos y siniestros juncos, y los escasos troncos de árboles agostados– con una fuerte depresión de ánimo únicamente comparable, como sensación terrena, al despertar del fumador de opio, la amarga caída en la existencia cotidiana, el horrible descorrerse del velo. Era una frialdad, un abatimiento, un malestar del corazón, una irremediable tristeza mental que ningún acicate de la imaginación podía desviar hacia forma alguna de lo sublime” (Edgar A. Poe, “La caída de la casa Usher”).

El mensaje de la película, es constatar el abatimiento que supone enfrentarse a la dura realidad como mentor que ayuda a comprender la complejidad de este mundo en el que vivimos (dice el protagonista).

Con la mixtura de todos estos ingredientes, introduzco el término “esperanza”, aunque esta palabra forme parte de la llamada “lista de las antiguallas”, interesada lista metida a martillazos hasta en lo más profundo de la amígdala por las doctrinas seculares actuales. No me refiero a una esperanza de brazos cruzados, sino libres para actuar, desde cualquier ámbito, para gritar nuestra angustia, para trabajar con ternura, con tristeza o con amargura. Serán otros quienes den un sentido al caos y a la confusión, nosotros ya no lo haremos (y por qué no, también nosotros).
Por último decir que mi intención no es hablar de cine, a pesar de que haya nombrado las tres películas que enlazaré abajo para quien quiera verlas, sino de la infancia y adolescencia (de la nuestra y de la actual), de la escuela, de la educación, de si es cierto o dudoso que la esperanza tiene algún recorrido hoy. (Las conversaciones, siempre al gusto de los compañeros foreros).

Eirene

Las tres películas (las podéis ver haciendo clic en el título):
L´école Buissonnière (1949) (sub. español) – Bernard Blier
El maestro que prometió el mar (2023) – Patricia Font
Indiferencia (2011) - Tony Kaye