Caía la noche sobre el río, las últimas libélulas apresuraban su circular vuelo para masticar unos cuantos mosquitos, la luna dibujaba el reflejo de sus delicadas alas en el agua. La mujer caminaba despacio por la vereda, dejando que los aromas nocturnos penetrasen en los poros de su piel, como si esa belleza que le salía al encuentro fuera el baño que necesitaba su recién liberada mente, tras la huida. Piensa que nunca será ciudadana de pleno derecho y que las leyes romanas vigentes en Sicilia le obligan de por vida a la obediencia de sus últimos señores, pero esa noche puede dormir bajo las estrellas sin tener que velar el sueño agitado de su arrogante amo ni sentir su barrigudo y maloliente cuerpo encima. Había aprovechado un cambio de guardia de los centinelas para salir corriendo de la ergastula, ese espacio lúgubre en el que compartía miserias con otros esclavos las pocas horas de descanso que les dejaban las tareas agrícolas y en su caso la hechura de vasijas, cráteras, terra sigillata, sometida a una cantidad requerida diaria, que muchas veces el cansancio no le permitía cumplir, exponiéndose al castigo del látigo. Ningún beneficio recibía a cambio de las tareas, algunas veces ni siquiera la comida, lo que le exigía robar de las despensas o compartir algún alimento que hubieran conseguido los otros compañeros de esclavitud.
Atrás quedaba la villa siciliana donde arrastraba su cuerpo desde el día que lo compró el nuevo amo por unos cuantos denarios, como quien compra un objeto sobre el que se extiende el dominio de propiedad. No existe la categoría de persona para el esclavo.
Tocó con las manos el collar y la placa que aún le colgaban del cuello, la inscripción decía: "Retenme para que no escape, y devuélveme a mi dueño”, con el nombre del mismo y la zona donde habitaba. El collar del esclavo compromete a toda la sociedad, la construye, la convierte en sistema que escribe los destinos de todos los seres. Es el testigo alrededor del que vaga la tumultuosa noche de la esclavitud, el que recuerda lo siniestro, la monstruosa cara del abismo que convierte la muerte en la única esperanza.
Carecía de herramientas para cortar el hierro. Antes buscaría un lugar donde dormir, como prólogo a una utopía que en los momentos más descuidados de los días asalta el entendimiento con una palabra que semeja al viento Siroco, libertad para moverse. ¡Qué gran ilusión ser como una planta enraizada en la tierra, a la que nadie obliga a desprenderse de su raíz y tener el poder para decidir permanecer quieta o para elevarse sobre unos alados pies!
No durmió esa noche, la pasó pensando en cómo cruzar el límite que la separaba de la libre disposición de cada una de sus horas, encontrar el licor filosófico que destila la libertad, dejar de sentir la presencia retadora e inquietante del dominio sin poder enfrentarse a sus propios pensamientos para conocerlos en profundidad y recorrerlos como se recorre una selva desconocida. Esperaba llegar en dos jornadas de caminata al lugar de la montaña donde se hallaban escondidos los rebeldes, esperando el gran día.
Había escuchado en varias ocasiones al sirio Euno que los límites de la libertad no se alcanzan solo huyendo o matando al amo y robándole sus propiedades. La resistencia no elimina la esclavitud. Es la rebelión de muchos la que puede destruir para siempre el encadenamiento de unos seres a otros.
Corría el año 135 antes de la era común (la mujer no conocía la palabra que anuncia el futuro). Llegando al lugar señalado de las reuniones y tras los abrazos y celebración de sus compañeros ya libres, le quitaron el pesado collar.
En ciernes se estaba preparando una gran rebelión, los esclavos de Sicilia, la mayoría de origen sirio, eran numerosos; las condiciones de vida, inhumanas, los esclavistas sicilianos eran crueles por avaricia. “El foco principal de la rebelión fue la ciudad de Enna, situada en una colina en el centro de Sicilia y rodeada de amplias llanuras cultivables” (según texto de Diodoro). La rebelión se fue preparando durante un período bastante largo, los esclavos buscaban momentos oportunos para reunirse y organizarse. Llegado el día, 400 esclavos agrícolas penetraron de noche en la ciudad de Enna, al frente iba Euno el sirio, villa por villa fueron matando a todos los señores, solo dejaron con vida a algunos esclavistas famosos por haber tenido un trato humano con sus esclavos y a los armeros que debían preparar armas para los rebeldes. Tras tomar el poder de la ciudad, el entusiasmo se extendió a todas las capitales de Sicilia, llegando al número de 200.000 hombres y mujeres (también según Diodoro) entre esclavos, campesinos y trabajadores pobres de las ciudades.
Se formó así un estado de esclavos en Sicilia, con una moneda propia acuñada por ellos y aprovisionamiento, pues preocupándose del futuro no destruyeron las casas ni los campos. No buscaron forma alguna de poder estatal, crearon un consejo en cada ciudad con miembros elegidos por todos.
La mujer, los días de la rebelión y los siguientes durante al menos tres años y con ayuda del cálamo que siempre la acompañó, intentó transcribir cuantas palabras se decían en las reuniones, para que ninguna estrategia, ninguna idea, quedase en el olvido. Más tarde, cuando los ejércitos de Roma cayeron sobre ellos, escondió los pergaminos en una cueva, los tapó con piedras, en ese momento pensó en el futuro, quizás algún día, para otros hombres y otras mujeres serían el testigo necesario de un camino que los humanos llevan recorriendo en pos de alcanzar unas alas parejas a las libélulas. A lo largo de los siglos se han ido rescatando esos y otros textos escondidos, con facilidad se han traducido las palabras pero reduciendo la capacidad de comprender el significado.
La historia la escribieron los vencedores, los señores, los súbditos pagados por los jefes, reyes y emperadores, para alcanzar la “inmortalidad”. Pero el camino lo construyeron los esclavos, las prostitutas, los mendigos, los campesinos, los trabajadores. Siendo la mayoría en número en cualquier sociedad, han llegado al día de hoy anónimos todos ellos y anónimas sus vidas y sus acciones para la historia.
Quien tiene el poder y el dominio sobre los otros elimina cualquier vestigio que comprometa su status, no vaya a ser que los presentes y los futuros levanten la capa del olvido y emulen algunas acciones de los olvidados.
En el mundo posmoderno de hoy nos dicen que la sabiduría se halla solo en la búsqueda de la felicidad, pero hay otros valores que se perdieron en el camino: la libertad, la igualdad, la solidaridad.
La vida es demasiado hermosa como para querer ser solamente feliz.
Eirene